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Ayer tomé un bus urbano, esto fue lo que pasó

No quiero sonar pretencioso.

Ni prepotente ni engreído, pero también te digo que he llegado a un momento de mi vida en el que no tengo nada que demostrar, ni ganas, ni necesidad.

Vengo de una familia muy humilde y no puedo olvidar mi pasado ni quién soy.

Pero todo esto que cuento es para que ayude a alguien, como a mí me ayudó en algún momento de mi vida. Sin más.

Ya sabes que lo que más me gusta es poder comprar tiempo. Poder comprar una máquina del tiempo.

No hay cosa que me dé más mal fario que ser un lonchafinista, no dejar propina, caminar 20 minutos para tomar un autobús o pasar tiempo buscando ofertas.

Me sabe a ruina. No me trae suerte, me tuerce el día.

Uso todo ese tiempo para ganar más dinero.

Me gusta pagar siempre, hacer regalos, tener detalles, no pelear ni revisar los tickets de la compra.

Me gusta dar los buenos días, abrir la puerta, ceder el paso, abandonar una cola, dejar que cojan el último cacho. Dar limosna y dar la mano.

Pero lo que más me gusta es ganar dinero. Y si eres de los que te asusta, te acompleja o ves el dinero como algo malo, es porque nunca te ha faltado hasta los límites que a mí me ha faltado.

Es como el que odia la carne, la verdura o el pescado. Si hubiera nacido en otro país, cambiaría su concepto.

Pues sí, justo el otro día iba con mi hija de 3 añitos a la guarde y pasaba el autobús número 9, que según dice mi mujer nos deja en la puerta. Y nos animamos a montarnos.

Ha cambiado mucho desde que yo iba a estudiar el grado medio de electricidad y electrónica. Ahora los billetes se compran fuera, un señor con una máquina te los vende.

Justo antes de entrar, una muchacha joven, con mala cara, se nos cuela y se sienta en lo que parecía ser el último asiento libre.

Mi hija Candelilla y yo surfeando por mitad del bus, cómo se reía la condenada.

Nos dirigíamos al final del autobús y veía a un lado y a otro gente con la cara gris. No todos, quizás tú eres de los que cogen el bus y eres un tío o una tipa espectacular, pero mira a tu alrededor en ese medio de transporte.

Almas grises, auriculares con cable, Xiaomis Note 5.

Monotonía…

Mismo bus, los mismos tipos, otro día…

Había dos asientos al fondo. Nadie se sentaba. Le ofrecí a todo el que estaba de pie si quería sentarse, él o ella. Parecía que había salido de una cárcel 40 años después y no entendiera cómo funciona la vida.

Miré a uno de los viajeros, y como era un día lluvioso, le dije: “Qué buen día nos traen los dioses para tiempos de sequía”.

Sonrió.

Yo cerré la sonrisa mientras mi mirada se desviaba hacia el suelo, viendo que estaba haciendo un poco el ridículo.

Llegamos a nuestra parada. Terminó la aventura. Me bajé, pero me entraron unas ganas tremendas de gritar a pleno pulmón:

Y le daría por ganar más dinero, para ahorrar más dinero, para invertir más dinero.

¡¡¡¡SABÉIS QUÉ!!!:

«¡¡¡¡No cambiaréis nada, hasta que no cambiéis nada!!!»

Quizás  a alguien le llegaría al alma. 

Y le daría por ganar más dinero, para ahorrar más dinero, para invertir más dinero.

. Lo demás está de tu mano.