No soy de tener muchos haters, la verdad. Y creo que eso no es del todo positivo. Seguramente, la bandeja de entrada de los grandes creadores de contenido estará llena de comentaristas tirados en el sofá, con el cuello ultra doblado y muy valientes tras un teclado.
Tener haters es, en el fondo, una de las figuras más potentes del éxito. El trofeo. La cabeza del rey cortada.
Por eso, aunque a veces duelan, me apena no tener tantos como debería.
La gracia es que, el otro día, uno con los dedos naranjas manchados de cheetos me decía que dejara de hacer reflexiones, porque hablo de emociones… y según él, las emociones no sirven en el mercado más difícil y competitivo del mundo. Que sólo vale el análisis.
La criatura no solo es hater, sino que me da la sensación de que hace trading…
Por favor, Dios, tráele suerte…
Si algo me ha enseñado la bolsa es, por supuesto, a anular las emociones. Por eso, las emociones deben estar más presentes que nunca.
Me emociono escuchando una canción, recordando cuando era niño, y cuando pienso en mi padre.
Pero mis amigos saben que, cuando veo caer el Nasdaq casi a doble dígito, me quedo impasible. No se altera ninguna parte de mi cuerpo, aunque sé que tendré otra oportunidad más de ser más rico.
Celebro las subidas, pero no las siento.
Aprovecho las caídas, pero no las lloro.
Conozco el precio que hay que pagar por estar en renta variable: el riesgo de la rentabilidad. Y por eso tengo tan presentes mis emociones… para no sentir ninguna emoción.
Como el que piensa en qué hacer para no engordar, para adelgazar.
Como el que piensa en qué hacer para no fallar, para ser el mejor.
En estos días de volatilidad puede que sepas menos de mí. Estaré ocupado jugando al fútbol con amigos, esquiando en la sierra o en un spa con mi mujer.
Pensar en qué pensar… para dejar de pensar.
Muchos se contagian de mi tranquilidad ante un mar revuelto, en sólo tres horas.
“Tener haters es la cabeza del rey cortada: el trofeo invisible del éxito.
Por eso, aunque duelan, me apena no tener más.”
