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Me dicen lo que tengo que decir

Pensamos que decidimos.

Que somos libres, que cada paso que damos nace de nosotros.

Pero la realidad es otra:

Gran parte de nuestras decisiones están moldeadas por prejuicios, por el miedo al qué dirán y por la necesidad de encajar en un sistema que nos dicta lo que “debería” ser una vida normal.

Te dicen: haz FP o carrera.

«Trabaja de lo tuyo» de lo que has estudiado.

Eso que te apasiona no te dará de comer.

Y poco a poco nos ponemos un traje invisible: el traje del miedo, de la vergüenza, del “no me salgo del carril”.

Lo pienso cuando veo a mis hijos en el parque:

corren, gritan, inventan juegos imposibles.

No se detienen a pensar si hacen el ridículo, no se preguntan si los demás lo aprueban. Simplemente son. Solo buscan reírse.

En cambio, los adultos queremos decir algo y nos callamos.

Queremos probar un camino distinto y lo frenamos porque pensamos: “¿qué dirán de mí?”.

Soñamos con otra vida, pero seguimos la ruta marcada por las miradas de los demás.

Y aquí está la paradoja: vivimos como si todo dependiera de la opinión ajena, y más cuando sabes que en los mercados, en la vida y en los negocios, los grandes resultados llegan justo cuando te atreves a ir a contracorriente.

Preguntarle a esa persona: «¿te apetece tomar un café?»

Saber decir que no.

Cambiar de trabajo, de carrera o irte a otra ciudad

Ahorrar y ser capaz de invertir incluso cuando todo el mundo vende. 

La vida no es que sea para los valientes.

Es que vivir con miedo no te dejará disfrutarla.

La mejor inversión no está en índices, acciones ni fondos. La mejor inversión es volver a ser ese niño que juega sin permiso, que se ríe sin culpa y que no teme al juicio de nadie.

Aquí un camino para invertir sabiendo lo que haces.

«Recuerdos de mi madre abrochándome el abrigo»